Todo un gentleman


Un gentleman siempre debe ser un gentleman. Ante todo, no hay que perder las maneras. Si bien es cierto que es más fácil salir airoso de la barra de un bar de postín que de situaciones como ésta, no siempre podemos reducir todo a saber pedir un Martini. 

El traje, planchado. El reloj, en hora. Y en los labios, las palabras adecuadas. Nada de gritos, nada de aspavientos.

Así que ahora que veo cómo pendo sobre el Támesis con mis pies encerrados en un bloque de cemento, no ofreceré a mis captores un espectáculo de súplicas y lamentos. No. En su lugar, corrijo la posición de mi pajarita, les dedico mi sonrisa más encantadora, y pronuncio las que serán mis últimas palabras:

- Adoro bucear.

Esta publicación se encuadra dentro del proyecto Escriturama

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