Un gentleman siempre debe ser un gentleman. Ante todo, no hay que perder las maneras. Si bien es cierto que es más fácil salir airoso de la barra de un bar de postín que de situaciones como ésta, no siempre podemos reducir todo a saber pedir un Martini.
El traje, planchado. El reloj, en hora. Y en los labios, las palabras adecuadas. Nada de gritos, nada de aspavientos.
Así que ahora que veo cómo pendo sobre el Támesis con mis pies encerrados en un bloque de cemento, no ofreceré a mis captores un espectáculo de súplicas y lamentos. No. En su lugar, corrijo la posición de mi pajarita, les dedico mi sonrisa más encantadora, y pronuncio las que serán mis últimas palabras:
- Adoro bucear.
Víctor Mosqueda Allegri | 23 de octubre de 2013, 6:17
Me encantan los personajes como los de tu historia. Cínicos hasta en los momentos más intensos y peligrosos. Después de todo un gentleman es un gentleman. Jejeje.
Anónimo | 23 de octubre de 2013, 16:03
Primero muerto que bañado en sangre, que decimos aquí. XD Genial texto.
Unknown | 24 de octubre de 2013, 9:12
¡Estupendo! Conforme el protagonista caía al vacío o se encaminaba hacia él me imaginaba a un impecable y elegante Sean Connery o Roger Moore sin perder esa flema tan británica.