Hora punta


El vagón de metro está abarrotado. Hora punta en Madrid. Las miradas, fijas en las pantallas de los móviles. Hay quien lee, pero es difícil sujetar un libro cuando tan sólo unos pocos centímetros te separan de quienes te rodean. Yo prefiero observar.

Las caras grises que me rodean delatan el cansancio de mis compañeros de viaje. No es sólo el sueño de la mañana el que se asoma a sus ojos, hay algo más. Algo que ha crecido en los últimos años, y de lo que muy pocos se salvan. Yo no me cuento entre los afortunados. Una sábana de desánimo ha caído sobre nosotros y peleamos por salir de debajo de ella, sin encontrar un agujero por el que escapar. Con cada vuelta que damos buscando un resquicio de luz, nos enredamos más y más en la tela.

Una mujer recorre el tren, rogando con voz lastimera unas monedas que sólo un par de personas le ofrecen. "Imaginen el día que estén ustedes en mi lugar", repite. Y en las caras de algunos de los presentes se lee el miedo a que esta velada amenaza sea demasiado real.

Sobre el silencio que esta mujer deja a su paso por el vagón, cae otro silencio. El de las pantallas que a lo largo del tren ofrecen información y entretenimiento a unos pasajeros que apenas las miran. Ahora mismo, muestran a un hombre sonriente frente a un micrófono. "Emilio Botín. Banco Santander.", reza el rótulo que le acompaña. Su identificación desaparece para subtitular sus palabras: "Está llegando dinero a España por todas partes".

Que alguien pare el tren, por favor, que yo me bajo.


Esta publicación se encuadra dentro del proyecto Escriturama

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