No estamos para bromas


Se alegra de que los zapatos sean un par de tallas más grandes de lo que un pie como el suyo necesitaría. Cuando el calor abrasa en verano, la brisa corre entre la piel que un día perteneció a algún animal y la suya propia, y durante el frío invierno, unos periódicos apretados contra el fondo consiguen que casi pueda olvidar los agujeros de las suelas. 

Lo que sí le gustaría es que los colores del abrigo hubieran permanecido más vivos, es demasiado fácil pasar desapercibido cuando el color de su ropa se funde con el de la acera. Pero todo el tiempo que ha pasado sobre ésta ha acumulado tanto polvo y suciedad sobre la tela, que ya es parte de ella.

Afortunadamente, lo que aun puede hacer cada mañana es recuperar la sonrisa que desde hace tantos años ha visto reflejada en el espejo. Lo ha convertido en un ritual, parte de lo que le permite conservar la rutina en su vida desprovista de horarios laborales o una apretada agenda. Cualquier escaparate es suficiente para devolverle su propia imagen, mientras con pulso firme dibuja en rojo la expresión que sus labios ya no son capaces de mostrar.

Frente a él, un canastillo con unas pocas monedas, la mayor parte de ellas de tan poco valor, que fueron olvidadas en el fondo de algún bolsillo hasta que su propietario decidió que pesaban demasiado. La risa ya no está de moda. Precisamente cuando es más necesaria, cuando podría aliviar los problemas de los que todos nos quejamos, se escucha demasiado que, "con esta crisis, no estamos para bromas".

Esta publicación se encuadra dentro del proyecto Escriturama

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