Intimidades


Las fotografías nunca podrán revelar más intimidad que las palabras. Y yo te las había dicho todas.

Fotografía: Ester Iriarte

Apuesta al rojo


Todos los días el mismo juego. Yo apostaba al negro, él al rojo. Un rojo intenso, aterciopelado, igual que el del vino que bebía cada noche. Y la maldita ruleta de la vida, siempre le hacía ganador.

Entraba por la puerta como si fuera el jodido James Dean. El mundo a sus pies, embriagado por el alcohol y el poco dinero que le daba su negocio. El rey del mundo, se creía. Y yo, claro, sólo podía ser su obediente súbdita.

Los días en los que la suerte me sonreía, se quedaba dormido en el sofá. Ni siquiera reunía la energía necesaria para llegar al dormitorio. En esos días, yo subía las escaleras tratando de no ser vista. Agradecía al cielo la paz que me brindaba, y dormía sin temor.

Pero los días menos afortunados, en los que yo perdía la apuesta, el inicio de la noche equivalía al pistoletazo de salida de mi calvario. Gritos, golpes, vejaciones, y un sinfín de torturas que me avergüenza relatar ante este tribunal.

Por eso, Señoría, me presento ante usted con la verdad por delante. E igual que le acuso a él de convertirme en un mero objeto de sus caprichos y pesadillas, reconozco mi acto de venganza. Sí, yo le introduje aquella bola en la garganta. Y sí, aquella vez fui yo quien apostó al rojo. Ése fue el color que apareció en su cara mientras el aliento de vida se escapaba de entre sus costillas. Porque esta vez, Señoría, mi jugada era la única ganadora. Esta vez, el juego caía a mi favor.


Escrito en Diablos Azules el 11 de junio de 2014. 
Escritoras invitadas:Tere Susmozas y Ana Gómez
Frase: Yo subía las escaleras tratando de no ser vista.

Su primera vez


Las manos le sudaban. No era de extrañar, era su primera vez. La mujer era impresionante, todo lo que siempre había deseado. Y no había sido fácil: la gacela se había resistido más tiempo del que él esperaba. Pero en cuanto vio aquella mirada en sus ojos, supo que había conseguido su objetivo.

Los nervios vinieron después, en realidad. Nadie debía saber lo que había sucedido allí, en su casa, sobre su propia cama. Al fin y al cabo, es un pueblo pequeño, y todos conocían a la chica. Hablarían mal de él. Le mirarían y señalarían.

Pero en cuanto recupera el sujetador y las bragas de entre las sábanas, todo vuelve a ser calma. La sangre ya la ha limpiado. Y para encontrar el cuerpo, tendrán que cavar muy hondo.

Escrito en Diablos Azules el 04 de junio de 2014. 
Escritoras invitadas: Isabel Wagemann y Eva Díaz Riobello
Frase: Pero en cuanto recupera el sujetador y las bragas de entre las sábanas

Para sacar a un hombre de la cabeza, aplicar champú sobre el cabello húmedo y masajear suavemente con los dedos. Aclarar con agua abundante y repetir tantas veces como se desee.

Para borrar las caricias de sus manos, deslizar la esponja espumosa sobre la piel que él tocó y frotar hasta conseguir el efecto deseado.

Para olvidar sus palabras, seleccionar nuestra música preferida y subir el volumen de manera que su eco quede anulado.

Nota: Algunos hombres dejan marcas más profundas que este método no conseguirá eliminar por completo. Si éste es su caso, añada tiempo a la ecuación.



Dicen que existe un vino mágico. Que al descorcharse libera, nota a nota, una historia de cariño, cuidados y sol. Que cuando se cata, transporta a quien lo bebe a mundos sensoriales más allá de las palabras. Sigue siendo materia de leyenda, pues nadie ha regresado de allí para contarlo.

Relato finalista


Reflejos


Sus ojos. Siempre le habían obsesionado sus ojos. El brillo que veía en ellos cuando dirigía la vista hacia ella. Se sentía deseada y querida cada vez que él posaba su mirada sobre su cuerpo. No le importaba su color, ni su tamaño, ni aquella pequeña mancha que se apreciaba sólo cuando más los abría. Le gustaba que la mirara, y la imagen de ella que él le devolvía.

Por eso, cuando sus ojos empezaron a seguir otros cuerpos, cuando dejó de verse reflejada en ellos, cuando aquel brillo desapareció, tuvo que hacerlo. Se asustó. Cuando sus pupilas se apagaron por completo, pensó que nunca recuperaría aquella luz. 

Pero la primera capa de barniz le devolvió la esperanza. Tras la tercera aplicación, volvió a verse reflejada en aquellos ojos como al principio. Desde aquella estantería, siempre seguirían devolviéndole la imagen de la mujer que ella quería ser.


Cascarón de nuez



Desafiando el oleaje
sin timón ni timonel,
por mis sueños va ligero de equipaje
sobre un cascarón de nuez.

Mi corazón de viaje,
luciendo los tatuajes
de un pasado bucanero
de un velero al abordaje,
de un no te quiero querer.

"Peces de ciudad" - Ana Belén