Nota final


¿Recuerdas... recuerdas cuando la gente nos aclamaba? ¿Cuando todo eran aplausos, fiestas y felicitaciones? Las puertas se abrían a nuestro paso, y las luces se encendían para nosotros.

Claro que lo recuerdas... Era la razón por la que estabas ahí, por la que vivías. Cada vez que subíamos al escenario, sólo ellos existían para ti, tu público. Recogías sus emociones para alimentar tu existencia, y con sus aclamaciones te elevabas hacia la felicidad absoluta. Yo te contemplaba junto a mí, y te veía brillar. Notaba cómo tu cara se iluminaba, todo tu ser parecía flotar a unos centímetros del suelo.

Pero por aquel entonces, no sabía cuál era la fuente de tu gozo. Iluso, me atreví a pensar que yo formaba parte de esa energía que te impulsaba, al igual que tú me hacías seguir adelante cada día. Sólo despertar junto a ti, ya era razón suficiente para levantarme con ganas de comerme la vida. Y sobre el escenario, eran tus movimientos los que guiaban mis pasos, la música parecía un adorno innecesario cuando tus pies se deslizaban sobre el suelo. Tus brazos dibujaban sus propias notas en el aire, y tu corazón marcaba el ritmo de mi cuerpo.

No temía al fracaso, porque la fama era sólo un juego que disfrutar junto a ti. Si terminaba, buscaríamos otro juego para nosotros, que nos hiciera felices lejos de los focos y las recepciones. Disfrutaríamos de nuestra compañía, y bailaríamos a oscuras la música de nuestra vida. Sin nadie que nos observase, sin nadie a quien complacer. Sólo nosotros, y nuestra melodía.

Pero no era igual para ti, ¿verdad? Para ti, yo era sólo era ese compañero de viaje que resulta agradable y hace las horas más amenas con su charla. Que ayuda a cargar las maletas, e incluso vigila el equipaje durante tu sueño. Pero cuando el viaje termina, os despedís con un beso en la mejilla y un "hasta la vista", aunque sabéis que nunca os volveréis a ver. Ese era yo para ti.

Por eso ahora, cuando los focos se han apagado y los aplausos se han acallado, cuando la música ha dejado de sonar, has decidido que te apeas de este tren. Ya no podemos decir que somos los favoritos, otras personas con otras melodías han ocupado nuestro lugar sobre el escenario. Ya no hay un público que alimente tu existencia, y tu vida se ha marchitado. Has silenciado tu propio corazón.

Y siendo tus latidos los que han marcado mi ritmo hasta ahora, ¿cómo voy a seguir adelante? Ya no tengo ninguna melodía que seguir, ninguna nota guía mis pasos. Ha llegado el momento de hacer mi última actuación, ahora que aún consigo recordar cómo te movías junto a mí. Si cierro los ojos, aún puedo verte flotar sobre el escenario y escuchar la música de tu sonrisa. Prefiero no abrirlos nunca más, y acabar mi baile con un último paso junto a ti.


Esta publicación se encuadra dentro del proyecto Escriturama

3 comentarios:

  • Anónimo | 27 de septiembre de 2013, 23:12

    María, qué buen texto acerca de la tristeza y el desamor, (que a mí en lo personal sólo me gusta en la literatura). Me gusta mucho la utilización de la imagen del baile como el ritmo al cual se mueve una relación, que en tu caso dura, no hasta la última nota de la canción, si no hasta el último paso que uno de los dos en la pareja, está decidido a dar. Saludos.

  • Víctor Mosqueda Allegri | 28 de septiembre de 2013, 18:05

    Oye, yo había dejado un comentario aquí y desapareció. Lo bueno es que Emma ha escrito algo que resume casi todo lo que dije. Así que digo BIS a las palabras de Emma. Un saludo. Buen texto.

  • Aaricia | 28 de septiembre de 2013, 18:14

    Extraño, ni siquiera me llegó la notificación... Misterios de la informática...
    Muchas gracias de todas formas a los dos por los comentarios. También coincido en que el desamor debería quedarse en la literatura, pero ¿cómo íbamos a escribir sobre él sin vivirlo en la realidad?

Publicar un comentario